En medio del repunte de casos positivos de coronavirus y una ocupación de camas en las unidades de terapia intensiva que en regiones como el área metropolitana de Buenos Aires (AMBA) está al límite de su capacidad, se reforzó la confianza social en las vacunas.
Ese fue uno de los principales resultados de la segunda encuesta del año sobre Covid-19 realizada por el Programa de Estudios de Opinión Pública (PEOP) de la Universidad Abierta Interamericana (UAI) entre habitantes de la Capital y el conurbano bonaerense, que comparó los datos obtenidos ahora con las respuestas de la gente en un muestreo de enero pasado, según el informe que presentó el diario La Nación.
En aquel momento, el 63,5% de los consultados admitió sentir mucho o bastante miedo ante la pandemia, pero solo 3 de cada 10 personas se manifestaron como “muy predispuestas a darse la vacuna”. Ahora, los que siguen con ese nivel de temor representan casi la misma cantidad, pero el porcentaje de adhesión a la vacuna subió al 57,1%.
“El camino que marcan países como Israel, donde los contagios bajaron de manera abrupta y las medidas de mitigación pasaron a un segundo plano, demuestra la eficacia de las vacunas –dice, categórico, el infectólogo y pediatra Gerardo Laube, docente de la carrera de Medicina de la UAI y médico del Hospital Muñiz–. Creo que si a principios de año todavía se podían escuchar más fuerte las voces que desconfiaban de la vacuna, ahora la ecuación es otra. El uso de la vacuna cobra relevancia como la principal medida efectiva hasta el momento. No sucede de igual manera con el avance farmacológico o terapéutico, que viene más retrasado”.
Con respecto a la posibilidad de contagiarse durante el rebrote actual, la preocupación también aumentó: cuatro de cada diez creen ahora que las chances de enfermarse por estos días son mayores (41,7%), mientras que en enero pasado ese porcentaje fue del 34,1%. Lo mismo sucede con los números referidos a las medidas de prevención y los cuidados personales. Si se comparan las respuestas de las 700 personas entrevistadas en ambos informes, en la actualidad hay un poco más de conciencia sobre la necesidad de lavarse las manos, mantener el distanciamiento social y usar el barbijo, con porcentajes que rondan entre el 85% y el 92%. Sin embargo, cuando se trata de las reuniones sociales, ya sea entre amigos o en familia, los números siguen estables, un dato que llama la atención porque el 70% dice que se cuida a veces o nunca. Antes y ahora.
Para Lenin de Janon Quevedo, médico de la unidad de terapia intensiva del Hospital Santojanni y director de la carrera de Medicina de la Universidad Católica Argentina (UCA), hay dos aspectos importantes que aquí salen a la luz. Uno es la confianza y otro es el miedo. “Por un lado, la confianza social con respecto a la vacunación y la ansiedad que esto provoca. La confianza va de la mano de la evidencia, porque los trabajos científicos demuestran que los vacunados no desarrollaron cuadros graves de la enfermedad. En Israel se ha trabajado bien y, gracias a la campaña masiva de vacunación, se están dejando atrás las medidas restrictivas. Frente a esta realidad, como ya sucedió en otras pandemias, la gente confía en las vacunas –señala Janon Quevedo–. Pero además de la confianza en la vacunación también aumentó el miedo ante el virus, y a nivel local enfrentamos esta nueva ola de una manera muy distinta a la del año pasado, con profesionales de la salud agotados y un sistema de salud que ya evidencia el estrés. Eso preocupa a la gente, sumado a las características de los nuevos pacientes internados en las unidades de terapia intensiva, que cada vez son más jóvenes y sin comorbilidades. El promedio de edad de las personas en estado crítico ha bajado: esto también demuestra en cierta medida la efectividad de las vacunas, ya que un alto porcentaje de los adultos mayores en el AMBA recibieron, al menos, una de las dos dosis del esquema completo”.
Como jefe de la sección de Salud Pediátrica del Hospital Italiano, Guillermo Thomas aporta otra mirada. “La virulencia del contagio y la falta de recursos para prevenir y combatir la enfermedad hicieron que los países aceptaran inocular a sus habitantes con vacunas que no habían cumplido con todas las etapas requeridas para su aprobación. Esto generó, sobre todo al principio, dudas y desconfianza en mucha gente. Pero no incluyo al colectivo ‘antivacunas’, que fundamenta sus rígidas convicciones en criterios no científicos, con un sesgo de marcada desconfianza en factores de consenso social –señala Thomas–. Actualmente, algunos creen en la superioridad de las vacunas producidas por laboratorios de Occidente, mientras que otros avalan las provenientes de Rusia y China. Eso tiene que ver con el sesgo ideológico de cada persona, ya que tendemos a tomar como verdadero no lo más evidente, sino aquello que mejor coincide con esquemas cognitivos previos”.