Mariano Pechuan tenía 20 años cuando se fue de la Argentina a Canadá. Era el 2001 pero, aclara, no tomó la decisión por la crisis de ese momento, sino porque sus padres habían vivido mucho tiempo en ese país. Puso una empresa de importación y, en 2016, se convirtió en el primer importador de carne argentina cuando Canadá reabrió esa posibilidad. El negocio escaló rápidamente, pero el freno de las operaciones decretado por el Gobierno local en mayo del 2021 les hizo perder algunos clientes, que reclaman “previsibilidad”.
A fines de 2015, la Argentina recuperó el mercado canadiense para la carne vacuna, a partir de un fallo de la Organización Mundial de Comercio (OMC) que permitió el levantamiento de las barreras sanitarias impuestas durante 14 años por Estados Unidos y sus socios del Nafta. Un año después, Pechuan se convirtió en el primer importador.
“Proveíamos otros productos a un chef argentino, y él fue quien me impulsó a que también trajera carne -cuenta Pechuan. Nos llevó varios meses completar los permisos y exigencias y en 2016 concretamos la primera operación”. Dice además que el negocio empezó “a crecer exponencialmente, había demanda por la muy buena reputación” del producto.
Le vendían a carnicerías, restaurantes y supermercados. Colocaban unos 4.000 kilos mensuales cuando, hace dos años y medio la administración de Alberto Fernández suspendió las exportaciones. “A los meses las habilitó nuevamente pero para algunos cortes. Cuando las restricciones se levantaron pedimos 3.000 kilos y nos mandaron 300. Perdimos clientes valiosos porque no quieren anunciar que tienen algo y después no lo pueden cumplir”.
A partir de esa experiencia, ofrecen carne argentina y uruguaya. Entre 5.000 y 6.000 kilos mensuales de la primera y 2.000 de Uruguay. “Importamos de los dos porque hay que tener un plan B. Los siete cortes que exporta la Argentina se venden bien”. El kilo al público cuesta entre US$30 y US$50, lo que la pone entre las de “alta gama” aunque hay algunas más caras, como el Kobe o el Wagyu, ambas de Japón.