ROMA.- Frío, neblina -tan espesa que por la mañana ocultaba la cúpula de San Pedro, aunque luego se hizo la luz- y un clima solemne, histórico, marcaron hoy la despedida final de Benedicto XVI, 265° papa de la Iglesia católica que conmovió al mundo al renunciar al trono de Pedro el 11 de febrero de 2013, en una misa de exequias presidida por su sucesor, Francisco, un hecho inédito en la historia moderna, del que participaron unas 50.000 personas, según fuentes oficiales.
Sobrio y austero, como quiso el papa emérito -quien murió el 31 de diciembre a las 9.34, a los 95 años, en el Monaterio Mater Ecclesiae, donde vivía, en el Vaticano-, el funeral, aunque no fue de Estado, fue similar al de un pontífice, aunque con ajustes especiales, pensados “ad hoc” para un papa que vivió más tiempo retirado que al frente del gobierno (2005-2013).
Aunque las únicas delegaciones oficiales invitadas eran la de Italia, encabezada por el presidente Sergio Mattarella y la premier, Giorgia Meloni, y la alemana, con sus pares Frank-Walter Steinmeier y el canciller Olaf Scholz, asistieron muchas más figuras, a título personal. Tres monarcas -la reina Sofía de España y los reyes de Bélgica Felipe y Matilde-, presidentes -de Polonia, Portugal, Lituania, Eslovenia, Togo y Hungría- y varios primeros ministros estuvieron presentes. Todos ellos se ubicaron a la derecha del altar montado en frente a la entrada de la Basílica, sobre la Plaza, al aire libre, mientras que a la izquierda estaban los cardenales, patriarcas y obispos. En primera fila, muy cerca del “canciller” del Papa, el arzobispo Paul Gallagher, se destacaba el arzobispo alemán, Georg Ganswein, secretario privado de Benedicto, quien lo acompañó en sus últimos años de vida, con rostro compungido. Representó a la Argentina la embajadora ante la Santa Sede, María Fernanda Silva.
Aplausos sentidos marcaron la llegada del ataúd de ciprés de Benedicto a la Plaza, a las 8.50, llevado por gentilhombres del Vaticano desde el interior de la Basílica. Allí, desde el lunes, hasta ayer por la tarde, desfilaron casi 200.000 personas ante su capilla ardiente. Sobre el ataúd se destacaba su escudo y el libro abierto del Evangelio.
La ceremonia
En silla de ruedas, el papa Francisco llegó a la ceremonia minutos antes del comienzo de la misa solemne, a las 9.30 -las 5.30 de la Argentina-, que fue celebrada por el cardenal Giovanni Battista Re, decano del colegio cardenalicio y concelebrada por 125 cardenales, 400 obispos y 3700 sacerdotes. La misa comenzó después de que la multitud presente rezara un rosario, en latín, y que desde un parlante se le pidiera a los fieles de todo el mundo presentes de no agitar banderas ni carteles durante el oficio. Entre los asistentes se destacaban centenares de fieles llegados con trajes tiroleses y de piel y sombreros típicos, con plumas, desde Baviera, donde había nacido Benedicto.
La misa de exequias fue distinta de la que normalmente suele hacerse para un pontífice reinante, con ajustes especiales realizados para el caso del papa emérito, el primero en renunciar en 600 años. La ceremonia fue en latín, con lecturas leídas en español e inglés y sin las súplicas finales y marcada por bellísimos coros de la Capilla Sixtina.
En una homilía breve y profundamente espiritual, en la que solo mencionó el nombre de Benedicto al final, pero aludió y destacó su vida, el Papa hizo una reflexión sobre la entrega, a partir de las últimas palabras que Jesús pronunció en la cruz: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”.
Habló de la “entrega agradecida de servicio al Señor y a su Pueblo, que nace por haber acogido un don totalmente gratuito”; de la “entrega orante que se forja y acrisola silenciosamente entre las encrucijadas y contradicciones que el pastor debe afrontar y la confiada invitación a apacentar el rebaño”; y de la “entrega sostenida por la consolación del Espíritu, que lo espera siempre en la misión”.
“También nosotros, aferrados a las últimas palabras del Señor y al testimonio que marcó su vida, queremos, como comunidad eclesial, seguir sus huellas y confiar a nuestro hermano en las manos del Padre: que estas manos de misericordia encuentren su lámpara encendida con el aceite del Evangelio, que él esparció y testimonió durante su vida”, dijo Francisco.
Vestido con paramentos rojos, el exarzobispo de Buenos Aires evocó que San Gregorio Magno, al finalizar la Regla pastoral, invitaba y exhortaba a un amigo a ofrecerle esta compañía espiritual: “En medio de las tempestades de mi vida, me alienta la confianza de que tú me mantendrás a flote en la tabla de tus oraciones, y que, si el peso de mis faltas me abaja y humilla, tú me prestarás el auxilio de tus méritos para levantarme”.
“Es la conciencia del Pastor que no puede llevar solo lo que, en realidad, nunca podría soportar solo y, por eso, es capaz de abandonarse a la oración y al cuidado del pueblo que le fue confiado”, explicó. “Es el Pueblo fiel de Dios que, reunido, acompaña y confía la vida de quien fuera su pastor. Como las mujeres del Evangelio en el sepulcro, estamos aquí con el perfume de la gratitud y el ungüento de la esperanza para demostrarle, una vez más, ese amor que no se pierde; queremos hacerlo con la misma unción, sabiduría, delicadeza y entrega que él supo esparcir a lo largo de los años. Queremos decir juntos: ‘Padre, en tus manos encomendamos su espíritu’. Benedicto, fiel amigo del Esposo, que tu gozo sea perfecto al oír definitivamente y para siempre su voz”, concluyó.
En una escenografía espectacular, con la columnata del Bernini abrazando a los fieles presentes, hubo entonces varios minutos de un silencio impactante.
Acto seguido, en alemán se leyó una intención por “el papa emérito Benedicto, que se ha dormido en el Señor: que el eterno pastor lo reciba en su reino de luz y de paz”. Y en francés, “por nuestro papa Francisco y por todos los pastores de la Iglesia: que anuncien intrépidos, con las palabras y las obras, la victoria de Cristo sobre el mal y de la muerte”.